En el suave crepúsculo, dos almas jóvenes danzan entre la brisa, ataviadas en tonos celestes que resplandecen como el cielo enamorado. Sus miradas se entrelazan como estrellas cómplices, reflejando la pureza de sus corazones. Vestidas con la delicadeza de un sueño, ellas emergen como visiones etéreas, con vestiduras que ondean como susurros de amor. Rodeadas por un tapiz de flores rosa, su romance florece en cada pétalo, cada uno testigo de su conexión celestial. Sus rostros, angelicales y radiantes, despiertan susurros de éxtasis en el viento. En este cuadro vivo, el universo se rinde ante la armonía de dos seres que, en su danza, tejen la trama eterna del amor.
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